Una bola de mugre
pasó picando por enfrente de Juan Pérez. Solo lo separaban
veinte pasos del pestillo de una puerta que lo esperaba.
"¡Maldición!", penso
para si misma la puerta. No le gustaba el modo en que este imbécil
la golpeaba. A ella y a la dueña de casa, que tanto la cuidaba.
Todas las moléculas
de la puerta vibraron histéricamente cuando Juan la golpeó.
Hoy sólo parecía histérico, nada más. La dueña
de casa abrió y él, con sequedad, casi sibilando, esbozó
un "Vine a verte".
"¿Vos, a verme?", se extrañó
la mujer. Habían dejado la puerta abierta... las gotas de lluvia
que recién habían comenzado a caer, el perro al lado de la
estufa y la misma discusión de siempre.
La puerta decidió
cerrarse sola. Nadie le prestó atención, ni siquera el perro:
todos le echaron la culpa al viento y siguieron con lo suyo. Ellos se habían
sentado a la mesa y la puerta sentía, inmóvil, todas las
vibraciones dentro y fuera de la casa. Constantemente le llegaban vibraciones
de todas partes: adentro, el calor de la estufa con perro, y la sonrisa
en la cara del perro; y afuera una garúa molesta, casi dañina:
era un día para quedarse durmiendo despierto en la cama.
"¿Sabés qué?",
dijo ella, "Te estaba esperando, no sé, era un presentimiento. Esperá
un segundo que te traigo un cafecito ¿si?."
Allá lejos sonó un
gracias desde algún abismo dentro del extraño de siempre.
La puerta, inmóvil, hubiera
deseado poder hablar para putear a aquel bicho que venía todos los
domingos a tomar café y acabar con la paz. Pero esta vez adivinaba
algo distinto, no sin motivo, ella sintió las vibraciones de los
pasos de la mujer llendo hasta el baño, abriendo el botiquín
y husmeando.
Ahora sí, los pasos hacia
la cocina.
"Acá
tenés el café.". El aire sonó distinto hasta la puerta
y ella supo que tenía razón. "Gracias." dijo Juan amablemente,
y cuando quiso decir "Está muy rico", su garganta no le hizo caso
y todo fue una gran nada insondable.Luego su sangre llegó hasta
la puerta. Un pequeño río rojo, y una corriente que fluye
por él.
El hombre sintió
que una fuerza lo absorbía desde la sangre. Su cuerpo salió
de su cuerpo y fue la puerta, y el tiempo se encargó, junto a las
termintas, de su desdichada alma de madera.